Oración 24-7
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Parte 21 de 46
Hoy es miércoles, 23 de marzo y esta semana, mientras continuamos nuestra serie de La Cuaresma, estamos explorando lo que ocurrió cuando Jesús fue arrestado.
Ahora, al iniciar mi tiempo de oración, hago una pausa para estar quieta; para respirar lentamente, para re-centrar mis sentidos, que se encuentran dispersos, delante de la presencia de Dios.
Jesús, Tú eres el camino, la verdad y la vida. A través de esta época de Cuaresma, mientras medito en tu Santa Pasión, que mi amor sea reavivado, para que pueda vivir sacrificada y enteramente para Ti.
Hoy escojo regocijarme en la creación de Dios, uniéndome a la alabanza ancestral de todo el pueblo de Dios en las palabras del Salmo 103…
Alabad al Señor, vosotros los ángeles,
Salmo 103:20-22 (NTV)
vosotros los poderosos que lleváis a cabo sus planes,
que estáis atentos a cada uno de sus mandatos.
¡Sí, alabad al Señor, ejércitos de ángeles
que le servís y hacéis su voluntad!
Alabe al Señor todo lo que él ha creado,
todo lo que hay en su reino.
Que todo lo que soy alabe al Señor.
Hoy medito en lo que ocurrió mientras Jesús era arrestado por la multitud armada del templo que llegó con el traidor que entregó a Jesús, Judas Iscariote…
En eso, uno de los que estaban con él extendió la mano, sacó la espada e hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole una oreja. ―Guarda tu espada —le dijo Jesús—, porque los que a hierro matan, a hierro mueren. ¿Crees que no puedo acudir a mi Padre, y al instante pondría a mi disposición más de doce batallones de ángeles? Pero, entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras que dicen que así tiene que suceder?
Mateo 26:51-54 (NVI CST)
El evangelio de Juan nos dice que fue Pedro el que empuñó la espada (Juan 18:10). No era el arma de un soldado, sino tal vez la daga que un viajero podría llevar para protegerse, o el cuchillo con el que un pescador corta rodajas de pescado. Pedro había despertado de su letargo, dispuesto a enfrentarse solo a la multitud y a luchar hasta la muerte para proteger a Jesús. Pero Jesús sabe que una espada desenvainada se encontrará inevitablemente con otra, y que la resistencia violenta no es el camino de su reino.
¿Tengo tendencia a actuar precipitadamente como Pedro? Puede que no use una espada, pero ¿mis palabras a veces cortan y desgarran los oídos de la gente y hacen más daño que bien; especialmente cuando creo que estoy actuando por la causa de la justicia y ayudando a Jesús?
Señor: ayúdame a mantener la ‘espada’ en su sitio.
Señor: Tú eres el que hace que las ‘guerras cesen en todos los confines de la tierra’ (Salmo 46:9), Oro por las comunidades y las naciones que se encuentran en guerra ahora, viviendo y muriendo a espada.
Al volver al pasaje, abro mis oídos para escuchar tu Palabra, y mi corazón para rendirme a tu voluntad una vez más.
En eso, uno de los que estaban con él extendió la mano, sacó la espada e hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole una oreja. ―Guarda tu espada —le dijo Jesús—, porque los que a hierro matan, a hierro mueren. ¿Crees que no puedo acudir a mi Padre, y al instante pondría a mi disposición más de doce batallones de ángeles? Pero, entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras que dicen que así tiene que suceder?
Mateo 26:51-54 (NVI CST)
Jesús no necesita la pequeña espada de Pedro para salvarse; no cuando podría enviar un ejército de ángeles. Pero Jesús no busca la seguridad, sino que persigue el propósito de Dios. Para sanar a un mundo herido, debe recorrer el camino de la cruz. No hay otro camino.
Señor Jesús: Tú eres el camino, la verdad y la vida, me rindo a tu voluntad – el camino de la cruz y la verdadera vida de resurrección.
Y ahora, mientras me preparo para llevar este tiempo de oración al día que tengo por delante, el Señor dice en 2 de Corintios:
Pues a nosotros, los que vivimos, siempre se nos entrega a la muerte por causa de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo mortal.
2 Corintios 4:11 (NVI CST)
Padre, ayúdame a vivir este día al máximo, siendo auténtica contigo en todo.
Jesús, ayúdame a darme a los demás, siendo amable con toda la gente con la que me encuentre.
Espíritu, ayúdame a amar a la gente que se encuentra perdida, proclamando a Cristo en todo lo que digo y hago.
Amén.
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